martes, 23 de septiembre de 2014

Un hermano perdido está bailando en mi cabeza. Y todo su cuerpo, sus manos, su camisa húmeda de transpiración, me llevan al compás de esa música brillante e infinita que se cuela a través de todos nuestros sentidos, quizás fantaseando con complacernos demasiado. Él es mi sangre, es mi tesoro perdido en el país de la infancia. Es el ser que habita las praderas profundas del viento, es aquél que nace siendo sombra para convertirse en una galaxia profunda e infinita. Él existe en mi cabeza y por eso lo estoy creando, lo estoy amando sin amarlo, sin conocerlo, sin poder ponerle un rostro y apenas un nombre, "Nico". Él es la fuerza que yo no tengo, es el espacio de las sobras que fui dejando inertes en el paraíso terrenal. Me pertenece. Es un hombre y me pertenece en absoluto, me deja refugiarme en sus brazos, sus dos únicos brazos que se despliegan ante mí maravillados de tristeza y de amor y me abrazan y me besan solamente con sus ojos. Su existencia es consoladora, es reconfortante. El baila conmigo y podríamos estar haciéndolo así toda la noche, hasta desgastarnos, hasta que los zapatos se hundan en el piso y no haya piso, hasta que la música se detenga y siga en nuestras cabezas, para siempre. Nico es un refugio que no existe, Lo he inventado. Y es en el delirio de mi soledad, en donde lo busco, lo quiero para mí, lo necesito. Él es el tiempo, la arena mítica, el sol. Todo aquello que me conecta, me vuelve una niña, un caracol, un sueño....


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