sábado, 9 de diciembre de 2017

este libro no cabe en ninguna biblioteca

hoy desperté
con flores en los ojos
harta del silencio
abrasador del mediodía,
con un sol alto, imponente
impaciente por entrar
por la puerta verde
de mi cuarto verde

por toda la casa corre una brisa suave
que acuna los pensamientos
el techo abierto, el paredón blanco,
la luz dibuja formas entre los árboles del patio.

nada pasa, o quizás todo.
En esta casa hay un rumor que no conozco.
me asusta la felicidad de encontrarme alegre
me alivia la tibieza soleada de la atmósfera barrial

una música lejana,
ningún auto,
un ladrido.

Un mate amargo que preparo
festejando para mí,
que me urge la vida.







lunes, 6 de noviembre de 2017

l u n e s

de nuevo es lunes. Hace un calor enorme, húmedo,
las nubes aplastan.
La ciudad es gris, monótona, vacía. 
Resuenan todos los ruidos posibles
y al mismo tiempo hay algo que calla,
nada pasa.
La gente sola
camina.


Almuerzan
hablan por celular. Conversan.

pero yo
agarro un balde verde


vierto desde el balcón 
los restos del domingo.

domingo, 29 de octubre de 2017

augurios

En la arboleda más triste del mundo habitan unos seres incomprendidos y ajenos a estas tierras llanas y extensas.
Son los pequeños augurios con forma de estrella y con una lengua larga, muy larga, y salada como el mar.
Son azules y pintorescos, y a veces se pueden volver transparentes, cuando se precipitan sobre los transeúntes abriendo sus alas pequeñas y cayendo en picada sobre las cabezas de aquellos que pasean por el camino principal de la arboleda rodeado de rosas azules y silvestres, en las eternas tardes de calor agobiante y que generalmente, son jóvenes enamorados que se toman de la mano y que recitan palabras que les dictó de memoria su corazón durante la noche anterior.

No hay nadie que sepa sobre estos seres. Solamente sabe sobre ellos el Dios Olvidado.
Es un Dios que está triste porque ya nadie lo venera. Porque los humanos se han puesto a hacer otras cosas más importantes que creer en él y ya nadie se acuerda de rezarle, ni de evocarlo, ni siquiera ante la más devastadora catástrofe o la más intolerable incertidumbre. Se siente solo hace siglos. Espera pacientemente una y otra vez, pero luego se frustra. Se cansa cada vez más de no ser solicitado. Se cansa entonces, de ser un Dios y desea poder extinguirse como los animales terrestres. Morir al fin, saber qué hay del otro lado.
Así es como nadie acude al Dios olvidado y él piensa que es porque ya no lo necesitan.
Comienza a experimentar un vacío tan hondo como el espacio celeste, considera que se quedó sin identidad. O que perdió el trabajo.
No sabe llorar porque los Dioses no lloran ni ríen como hacemos los humanos. Ellos hacen ambas cosas al mismo tiempo, todo el tiempo.

Hasta que un día, el Dios Olvidado, recordó a los pequeños augurios alados que había creado una noche de infatigable alegría y emoción, y con un enorme esfuerzo.
Eran sencillos pedazos de él que había olvidado que existían.
Así que salió a buscarlos por el fondo del mar, por los tupidos valles del norte de África, por las extensas cadenas de la selva amazónica y hasta por las nubes bajas ennegrecidas de tierra.
Pero los augurios no estaban allí.
Estaban todos juntos, en un sólo lugar, en la arboleda más triste del mundo, en un país lejano, en un país del Sur.
El Dios se puso triste nuevamente al no encontrar a los augurios. Desistió de la búsqueda. Se enojó con él mismo, y por su misma e inevitable rabia, se arrancó ambos ojos con sus propias manos en un intento inútil de acabar con su existencia.
No murió porque los Dioses no mueren. Pero quedó ciego por el resto de la eternidad.

Y una tarde mientras jugaba con el viento oceánico de las costas del caribe, oyó a un augurio pequeño volar hacia él y lo sintió posarse sobre su cabeza. Era uno solo. Uno.
Y entonces, el Dios Olvidado comprendió que los augurios y él habían estados separados durante muchísimo tiempo. Y que ya no se reconocían, ni se necesitaban. Y que solamente aquél augurio le quedaba, quizás por casualidad, quizás porque estaba perdido.

Y entonces, fue cuando el pequeño ser alado, apenas si se sostuvo sobre la cabeza del Dios. Agonizó pocos minutos sin emitir sonido, para luego morir tranquilamente.
Y entonces su cuerpecito se fue con el viento oceánico.
Y nunca volvió.
El Dios olvidado, lloró lágrimas de mar y pensó que probablemente, los augurios habían encontrado algo gratificante que hacer, más que simplemente existir de forma errante y desordenada.
Y se acordó de pronto, de que a los augurios les encantan los árboles.
Supo al fin que debían encontrarse todos juntos (andan siempre juntos), en alguna arboleda perdida del mundo.

y además, en un ceguera imparcial e inapelable, recordó que a los augurios les encanta deslizarse sobre las lágrimas absolutas de los jóvenes enloquecidos de amor.

viernes, 27 de octubre de 2017

Veinte TIPS para las jóvenes que quieren viajar a Europa y no tengan un mango:


1) No desesperar. Nadie viaja a Europa con el corazón atragantado en la garganta y a punto de descomponerse de los nervios. Se debe ser paciente, muy paciente, y procurar evitar tener accidentes, quedar inmovilizada de por vida o ciega, y tomar todos los resguardos necesarios para no morir repentinamente, mientras se realizan todos los preparativos.

2) Conocer gente que haya viajado a Europa y que sea casi tan pobre como usted: las experiencias ajenas acerca de las múltiples estrategias y variantes que los seres humanos de Buenos Aires tenemos para arreglárnosla como sea y partir hacia el primer mundo son siempre más que inspiradoras. También conozca gente que tenga mucho dinero y que por eso haya podido viajar. Pregúntele de dónde sacó o cómo hizo tanto dinero y considere seriamente dedicarse a la actividad mencionada. 

3) Esté al tanto del precio del dólar y del euro los descuentos en los pasajes de avión, la cantidad de millas y horas de vuelo, seleccione en su cabeza los tipos de vivienda en los que estaría dispuesta a alojarse, hágase un mapa de subterráneos y trenes de aquella/s ciudad/es que quisiera visitar y procure hacer las averiguaciones necesarias en las embajadas pertinentes, respecto de los costos y tiempos para la entrada y permanencia en el país o los países de destino. Esto se debe a que, de presentarse alguna oportunidad repentina, se debe estar totalmente preparada para afrontar el viaje y arribo hacia un nuevo continente.

4) Si tiene la fortuna de conocer algún o alguna joven europeo/a mínimamente guapo/a y cordial, no dude en casarse de inmediato para obtener de esa manera la ciudadanía europea y así será mucho más fácil el ingreso a los países de la región. Si usted o él/la joven en cuestión se oponen a la institución del matrimonio por algún motivo moral y/o religioso entonces tenga con dicha persona algún hijo o hija y asegúrese por todos los medios posibles, que sea cumplida su intención de que el bebe nazca en territorio europeo. 

5) Ahorre todo el dinero que pueda. Como mínimo, asegúrese de tener lo suficiente como para no morir de hambre o de sed si alguna vez se encuentra perdida o sola en algún paisaje europeo. Cómprese una billetera o un chanchito de esos para ahorrar monedas para asegurar el dinero que vaya ahorrando y no le confíe a nadie su ubicación ni existencia. NO ABRA CUENTAS BANCARIAS NI PONGA EN CIRCULACIÓN SUS AHORROS. No se olvide nunca que el dinero real es mejor que el ficticio. 

6) Venda objetos personales que no use como ropa, discos, libros, instrumentos musicales, recuerdos de valor, muebles, zapatos, joyería, artefactos, utensilios de cocina, o cualquier otra cosa que le permita engordar su chanchito (y aprovechar para deshacerse de todo aquello que no usa o que ya no le sirve o trae malos recuerdos).

7) Búsquese algún hobby tal como aprender y enseñar un idioma (éste le sirve para practicar las lenguas europeas que no sean el castellano), hacer artesanías, pasear mascotas, reparar objetos, escribir estupideces en un blog, ser detective, sicaria, delincuente, youtuber, actriz famosa, etc., y aproveche ese dinero para comprar una maleta lo suficientemente grande como para viajar a Europa (y abrigo, si le alcanza). 

8) Lea día por medio las noticias de los principales diarios del primer mundo. Saber la situación política es pertinente para mostrarse interesante y atractiva frente a los nuevos contactos europeos que aparezcan en su vida.

9) Haga cursos de idiomas, talleres con extranjeros, grupos de estudios de alemán, lea revistas en inglés, vaya a ciclos de charlas sobre el anglosajón antiguo que tanto amaba Borges, rodéese de la cultura europea y de europeos que estén de visita, imite sus formas de hablar,aprenda sus códigos y sus modismos. Adopte su mismo humor, tengas similares conversaciones. Siéntase como una europea. 

10) Si tiene familiares europeos aproveche para intentar sacar alguna ciudadanía, contactarse con primos lejanos que no sabe si existen pero que pudiera alojarla cuando sea la hora del viaje, y sino, regodéese de su apellido europeo (si lo tiene) y explíqueles a todos sus nuevos contactos su origen y hábleles de las regiones de donde provienen sus parientes, muéstrese segura de que va a viajar.

11) Confíe en que el universo está de su lado. Respire tranquila y serénese. Siéntase calma y segura. Decidida. Aprenda a ver el mundo con ojos de superioridad, si puede hasta camine y mueva los brazos de otra manera. Convénzase usted misma de que va a viajar. Mire fotos y documentales de las ciudades a las que quiera ir. Asegúrese de reconocer sus calles y monumentos principales. SIÉNTALAS. Sueñe con ellas, descríbalas como si hubiera estado.

12) Aproveche las redes sociales que existen para buscar becas, concursos, pasantías, viajes de intercambio o cualquier otra oportunidad acorde con sus habilidades, que le permita pisar territorio europeo (de aquí la importancia de los puntos 3 y 5). Si no tiene redes sociales créeselas, asegúrese de contar con computadora e internet.

13) Victimícese frente a sus amigos, familiares y ex-parejas que han viajado a europa, haciéndoles sentir culpa de que ellos hayan viajado y usted no. Explíqueles la importancia que tendría para usted este viaje. Insístales en su voluntad de viajar. Pídales dinero prestado, recurra a cualquier humillación posible para conseguirlo, prométales cualquier cosa, invénteles cualquier excusa. Luego usted sabrá medir a quién le devuelve el dinero y a quién no.

14) Intente meterse de forma ilegal en algún barco o avión que viaje a Europa y que pueda trasladarla hasta allí. Esta opción es riesgosa y poco probable, pero es una posibilidad siempre presente.

15) Búsquese un trabajo formal. Luego de quedar contratada de forma efectiva, accidéntese a propósito y cobre una indemnización o hágale juicio a la empresa (esta es recomendable para aquellas que cuenten con amigos o familiares abogados).

16) Haga carrera política en algún partido nuevo y en ascenso. Milite, discuta, active, reparta volantes, organice actividades, ascienda, conozca gente, sea la mejor chupamedias del planeta. Llegue a un puesto político bien remunerado o conviértase en asesora de alguien con poder. OJO: NUNCA PERDER DE VISTA QUE EL OBJETIVO  DE TODO ESTO ES LLEGAR A EUROPA. ASEGÚRESE DE NO TENER REPRESALIAS GRAVES PARA SU INTEGRIDAD FÍSICA O PSÍQUICA EN CASO DE ABANDONAR REPENTINAMENTE LA ORGANIZACIÓN POLÍTICA.

17) Estudie para azafata, pilota de avión, o carreras que generen excelentes ingresos y que le permitan viajar. Incluso puede llegar a puestos de Gerente, Directora o CEO (esta opción es muy recomendable porque es segura, pero es a largo plazo, y sujeta a los vaivenes de la coyuntura y de la vida suya en general, y más para nosotras las mujeres). No tenga hijos ni se compre propiedades. Ambos representan cuantiosas sumas de dinero que debe usted destinar a su viaje. No pierda nunca el horizonte.

18) Si es creyente de alguna religión, rece. Sino, invéntese algún Dios o Diosa de su agrado y récele, háblale, venérelo/a. Se sentirá en paz y con energía para insistir en su objetivo en caso de no haberlo logrado todavía.

19) Si todo lo anterior no funciona, búsquese un trabajo explotador y de muchas horas pero bien pagado, de modo que le permita ahorrar bastante dinero por mes. En caso de conseguir un trabajo así propóngase una dieta económica (y equilibrada, que no debilite su salud), coma arroz, lentejas, fideos. Tome agua y de postre fruta. Viaje a todos lados en bicicleta para ahorrar viáticos e invente alguna excusa para vivir en la casa de algún familiar o amigo de prestado. Nunca revele ANTE NADIE su verdadera intención, y recuerde que victimizarse en una opción quizás desagradable pero efectiva siempre.

20) La última opción de haber fracasado todas las anterior por obra indescifrable del destino, es construir una balsa con sus propias manos y disponerse a cruzar el océano entero al estilo Cristóbal Colón. Esta opción, por ser la última, es también la más riesgosa. Tenga en cuenta que puede perder su vida en este intento. Usted evalúe la situación, dependiendo de sus ganas, su ánimo, sus fuerza y su estado mental. En caso de decidirse a hacerlo tome todos los recaudos necesarios y escríbale una carta explicándole la situación a su familia y/o seres queridos. De asumir esta opción, le advierto desde ya, que usted es una joven muy valiente. Si tiene éxito con su balsa y logra llegar al otro continente, o si logra al fin su sueño mediante alguno de los anteriores tips mencionados, créame que nada habrá sido inútil, todo habrá valido la pena.



P.D.: Cuando llegue a Europa y luego de haber recorrido los lugares y de haber disfrutado bastante y tenga un buen rato para echarse y descansar, aproveche y agradézcale a su Dios/a, a sus familiares y amigos que le prestaron dinero o la alojaron en su casa. Siempre hace bien agradecer, no lo olvide.

jueves, 26 de octubre de 2017

él
y su risa de pájaro silvestre
sus ojos enormes, largos
que no tienen fondo
sus cabellos oscilando
frente al mismo viento suyo
su frente áspera
su boca inmediata
sonriendo sin fin,
atesorando
algún misterio
una especie de clavícula en su cuerdas
de guitarra
vocales
que evoca
su voz
QUE VIBRA
que vive

que aguarda

martes, 24 de octubre de 2017

Soñar con el Caribe

Soñar con el Caribe es como viajar gratis durante algunas horas y sin tener que hacer las valijas. El mar era turguesa y transparente, casi parecía ficticio, al igual que la arena que era blanca y frágil como si estuviera hecha de polvo de huesos de gaviota. Había algunas palmeras que acomodaban el paisaje para convertirlo en una postal turística. Y yo estaba allí, alegre, impresionada, conmovida ante semejante maravilla de la naturaleza, que sobrepasaba absolutamente todos los límites de mi imaginación y superaba por demás mis expectativas. Y sin embargo, allí, en ese lugar soleado, oceánico y único, yo no era feliz. No lo era. Sufría en soledad algo que callaba en el fondo, muy adentro, como si me apretara en los pulmones algún bicho de mar extraño. Yo veía a los demás jugar y divertirse enérgicamente entre las olas. Y yo no podía. Una fuerza extraña me impedía reír, ni siquiera ya entusiasmarme. En mi sueño yo me daba cuenta de que no pertenecía allí, que al final, había sido todo un sueño dentro de aquél sueño en el que yo creía que unas vacaciones al Caribe serían un descanso necesario para mi espíritu. Pero no, nunca es así. Yo non pertenecía allí en mi sueño y quizás, no pertenezca nunca a ningún lado.

lunes, 23 de octubre de 2017

cómo elaborar la savia de las ausencias que más que ausencias son fantasmas
cómo decirle a mi hija que no nació que daría por ella la vida que no tengo
cómo estrechar mis brazos hacia mi abuelo muerto, cómo rescatar del fuego a mi gata asustada
cómo revertir este impulso de saltar hacia el vacío
porque lo que pesa en el alma es tan poderoso
como el arte
como el tiempo
y esos ojos grises de guerra nuclear
y tu boca que difama la violencia
esos gritos seculares que no dicen nunca nada
la derrota implícita de no saberse aquí
por qué para qué
la frustración
la calle
el humo de las gomas quemada que huelen a insistencia
los trozos de humo que no dejan jamás
de mirar hacia adelante
de ser
de ser

de nuevo

de nuevo me siento
me
siento
tan
patéticamente
absurda
como si me cayeran ojos de las lágrimas
y como si tuviera huesos en vez de estas alas
yo no sé por qué es así
yo no comprendo
hay un alma radiante mirándome

yo sé
que hay un jardín
al fondo
al final
atrás
donde nadie muere
donde nadie me mira
del que nadie se va

sábado, 14 de octubre de 2017

anoche Gena murió

y se llevó con ella sus cuatro patas blancas
su cuerpo suave y gris como una nube,
las historias que nunca me podrá contar
los maullidos de sueño, de hambre, que no serán nunca
su ronroneo que duró casi hasta el final
casi hasta el momento en que estiró el cuello hacia mí
y abrió su pequeña boca
como buscando un aliento
para su último aire
ella supo
que era el último aire
y yo no pude hacer nada más
que mirar con horror
sus ojitos ya cerrados
su pelo mojado, ya débil e inservible,
se desplomó sobre mi mano
se quedó como dormida
dejó de temblar, de moverse
se puso tiesa, dura
abrió sus ojos que no miraban nada
y era la muerte
otra vez este espanto
otra vez
este monstruo encadenado rugiendo en mis costillas
el saber que se acabó todo
que ya nunca más
y la culpa de lo que no hicimos
el horror,
la angustia revuelta,
la impotencia de no poder revivirla,
los recuerdos de las pasadas muertes
esas que quedan y quedan
como instaladas en el cuerpo
como tatuajes que se definen y redefinen
con cada cosa que nos pasa

y ahora
en esta tarde radiante, ventosa, primaveral
que parece más hermosa luego de una desazón tan honda
no está Gena, y tal vez, tampoco estoy yo
que quisiera haberme ido con ella
un poco, es cierto,
pero hubiera querido
que me llevara al otro lado de la vida
donde no existe más este dolor
y no existe esta tristeza tan visceral
estas ganas de rendirse de una vez,
de tener paz al fin,
de volver con los muertos,
porque ya no importa nada, a veces,
al fin,
volver al fin y no regresar nunca


domingo, 8 de octubre de 2017

domingo con Gena

Gena duerme
con una calma utópica, fantástica,
parece que respirara aromas naturales,
rítmica imagen de su esencia animal
la miro y observo aquél todo
sublime, como un ángel
mágica y nocturna,
y pareciera, toda ella,
como venida de otro mundo,
de un allá que no existe
de un quién sabe dónde,
de dónde viene Gena, que no es sino
una casualidad pequeña.


Respira sus maullidos contenidos,
estira sus cuatro patas blancas,
bosteza y se le salen
pequeñas reverberancias
por su boca de gata.
Me mira desde lo más hondo
de sus pupilas estrelladas
a través de su aureola celeste y felina
me mira y me cuenta historias lejanas
de tiempos que no existieron nunca
pero que sin embargo
soy capaz de imaginar
y de vislumbrar del todo,
con los más absolutos y
recónditos detalles
porque ella me inspira con su
simpleza, con
su cuerpo efímero y delgado
con el que salta, se trepa, camina
explora
el mundo

tan grande
para ella

tan triste
para mí
tan ovalado
para los físicos
tan terrible
para los tristes
como yo

tan absurdo
para los borrachos
tan pequeño
para los poetas

y yo
que casi no duermo
por querer ser como Gena
por mirarla embelesada,
narcotizada,
como si nunca hubiera
visto,
como si no supiera
sobre aquella paz
de un cuerpo que no sabe,
de un cuerpo que
duerme y
que respira.










martes, 3 de octubre de 2017

Cuando viajo en el 59

Últimamente paso los días comiendo en los mcdonalds o yendo a la verdulería a comprar una lechuga criolla, dos tomates perita y media doce de huevos para almorzar en mi trabajo, siempre a las dos de la tarde. Me deprimen terriblemente las horas y horas que paso en la oficina y que generalmente se me hacen eternas y tediosas. A veces sin embargo, le tomo gusto a la soledad implícita de los papeles y los monitores, y me quedo en mi trabajo hasta tarde. Me gusta ver por el enorme ventanal cómo va anocheciendo, me gusta ver apagarse el cielo no sin antes estallar en colores y luego oscurecerse todo en apenas unos instantes, en los que se alza la luna. Me hace sentir menos sola saber que anochece, y que el día transcurre, que ya transcurrió un día más, otro, y yo allí, ya sola, sentada frente a una pantalla con muchas ventanas de internet abiertas y casi siempre un word en el que escribí algo pero que siempre dejo por la mitad. A veces leo un poco, trato de estudiar pero no logro concentrarme. Pienso, me imagino, entro al Facebook una y otra buscando todavía no sé bien qué cosa. A veces de pronto me siento inútil, siento angustia y de pronto, me siento tonta y pequeñita como un roedor huidizo y triste. Transpiro rabia y palabras que se quedan allí y que no salen. Cuando salgo de mi trabajo, camino dos cuadras hasta la parada del bus. A veces espero el colectivo comiendo una hamburguesa o algo salado que compré por ahí, pero no me subo al primero que pasa, sino que dejo que pasen dos o tres y al cuarto o quinto, lo corro con absurda desesperación. Como si estuviera en una película de bajo presupuesto, actúo y simulo verlo a último momento y entonces, me largo a correr casi una cuadra entera, e incluso a veces si el semáforo se pone en verde, no lo alcanzo. Algunas personas me miran con curiosidad, o al menos eso me parece. Los choferes del colectivo con frecuencia no me abren la puerta, pero algunas veces sí. Yo creo que depende del humor o de qué tan apurado esté aquél hombre anónimo que siempre me parecerá el mismo, todos los días cambia pero para mí es el mismo. Si tienen la amabilidad de abrirme la puerta, me agrada subir agitada por mi espectacular corrida, con la boca abierta para respirar y diciendo gracias con una sonrisa leve e incluso con la mirada fija. En general, aquellos hombres me sonríen también y eso me gusta, porque no me gusta pelear y me siento cómoda en la cordialidad y el respeto civilizado que todos simulamos cuando subimos al bus. Olvidé mencionar antes que siempre elijo el colectivo cuando está casi vacío, ya que me niego a viajar parada o en un asiento que me desagrade. Me siento siempre en el mismo lugar: del lado derecho en el asiento de a dos personas, sobre la rueda, al lado de la ventana. Mientras estoy allí, escucho música en mi celular y también oigo la radio fm porque me emociona que suene de pronto una canción que hace rato no escuchaba y que me trae recuerdos tristes o alegres, no importa. Sentada allí también, escribo, leo, estudio, pienso, sobretodo pienso. Las mejores ideas, los argumentos más lúcidos, los monólogos más contundentes, las decisiones más importantes las he tomado así, sentada y rígida con las pupilas como faroles, mirando por la ventana del 59, siempre a la derecha. Como ya me sé de memoria el recorrido, no me hace falta mirar, ni levantar la vista si no quiero, para darme cuenta en qué parte del trayecto estoy. El colectivo me lleva y el momento que más detesto es cuando tengo q bajarme. Siempre quiero seguir viajando toda la noche, durante horas, hasta que amanezca. Horas y horas, viajando, pensando, leyendo, escuchando música, recorriendo toda la ciudad y el conurbano bonaerense. Amaría el hecho de no tener apuro de ningún tipo y poder viajar y viajar, y ni siquiera me importaría ser la única pasajera. No me importaría, repito. Es realmente maravilloso poder sentir cómo el colectivo acelera, me encanta cuando toma velocidad y por eso me encanta viajar de noche, porque hay menos tránsito y el recorrido es fluido y directo. Es increíble cómo de noche la ciudad cambia, se vuelve distinta, se prende, florece y yo la noto mucho más hermosa, más limpia y agradable, como eternizada, más pequeña y calma. Mi conciencia clasemediera me permite disfrutarla así, sin más y por la absurda costumbre de haber nacido entre el cemento fatal y el humo de los autos. El viaje cotidiano, se vuelve tan absurdamente propio e íntimo, como cualquier hecho rutinario, diario. Nunca hablo con nadie en el colectivo, no me agrada la gente en general, ni siquiera me interesa escuchar sus conversaciones. Pero sí me gusta mirar los rostros, observar sus actos. En general leen, o están enfrascados y encorvados haciendo algo con el celular. Casi no se miran entre sí, todos sabemos que somos extraños que confluimos allí por maniobras del destino y que no volveremos a vernos nunca y a ninguno nos importa. Me gusta también mirar los rostros de los pasajeros de los colectivos cercanos, por ejemplo cuando frenan al lado del bus en el que estoy yo. Me gusta mirarlos fijo a los ojos, casi hasta intimidarlos, sostenerles la mirada por un rato hasta que se cansen o hasta que arranque el colectivo. A veces me sostienen también la mirada, otras veces me evitan, otras veces ponen cara de extrañeza. Y yo me imagino quiénes serán, cómo serán sus vidas, a dónde irán, de dónde vendrán, qué pensarán, cuál será su visión del mundo, si será la misma que la mía o si no. Y me divierto, absurdamente me divierto.

martes


se me van abriendo los pulmones como globos
cada vez que intento respirar me cuesta más
no alcanzo, no me llega el aire
mis brazos son demasiado cortos y tienen frío
a quién más se le retuercen las venas
en cada intento de escarbar más y más
en las tinieblas insólitas del pasado
que retorna una vez y otra y otra
como si no pasara nada
tengo que hacer un esfuerzo sobrenatural para no decir
lo que pienso para no
lastimar porque soy demasiado
comprensiva demasiado
ingenua o quizás
simplemente
porque no sé qué decir
porque lo que me pasa
no tiene palabras
porque las palabras
no alcanzan
no son como el agua
no hierven
no apagan el fuego
no calman la sed
no arrasan la sal,
quizás apenas
a veces
solamente
consuelan
y un poco
pero nada más
y a veces
nada


Masacre



voy a desvestir las palabras
de a poco, letra por letra
y sílaba por sílaba
como para decir aquello
que se esconde dentro
o mejor dicho aquí
o mejor dicho
detrás

jueves, 17 de agosto de 2017

nada

tengo el alma muerta, inerte
nada pasa alrededor de mí, nada se mueve
sólo hay silencio sepulcral
no se oye ni siquiera la brisa
ni un pájaro,
ni un latido.

He caído al fondo del misterio
allí donde se origina todo
voy armándome de ganas de partir
hacia otro lado,
más allá del sol y los planetas,
en el comienzo,
en la verdad
que no es esta verdad, ni es ninguna,
o tal vez sí.

Siento
un sonido breve de serrucho
un pulmotor atrofiado que resuena
aquí dentro, en mis costillas
es como tener
un monstruo atrapado
que puja por salir
y yo no quiero que salga
porque me asusta




miércoles, 16 de agosto de 2017

ahora sí que entiendo todo


busco ciegamente el rostro tibio de Julieta
sus ojos
gastados de memoria
brillan con su luz angelical del mediodía
y yo siento
las manos heridas desde que nací

ella se derrama
sobre mis pensamientos,
la imagino parada
sobre una colina azul
triunfante, vencedora
con un vestido blanco como de romana
con corona dorada y sandalias de cuero

ella es
la mejor parte de mí
que ni siquiera conozco
porque ella
es capaz de esperar
muchos años, incluso siglos
a que regreses (sabe que regresas)
porque extraña tus brazos que la esperarán siempre

en cambio yo
con mis dos pesos en el bolsillo
tengo como único capital
sueños que nunca se van a cumplir

y si soy
una porteña triste, pobre y solitaria
pensé que así te gustaba
paranoica, ilusa, impulsiva,
y apasionada

pero no. Te gusta ella.
Mi amor no fue suficiente.

Y lo entiendo.
Hay que atreverse a amar a alguien así
-con el romanticismo hondo de la simplicidad-
como yo, que soy un águila silvestre
aunque me falte la montaña

El punto es que
de nuevo, de nuevo se repite
como un círculo inútil
casi casi
como un ritual,
y yo grito: Julieta!
Pero ella no acude. No está.

y vos te fuiste
y yo sigo acá
armándome un tabaco
escribiendo, pensando

para qué por qué
el amor es tan extraño tan
necesario
quizás
tenés razón
y no eran peces de colores
los que vagaban por las aguas
era sólo
el blues hermano
de la soledad






miércoles, 26 de julio de 2017

el amor viene y se va


como por si acaso, pero

ah, de por sí, si supieras...

                no, yo no te esperaba. ¿Lo pasaste bien?

sí, sí, sí. Por eso digo.
¿a dónde vamos hoy?

Claro. Claro. Yo también te amo.

                       pero quizás...

Dejáme que lo piense

Es todo muy rápido.
Hace frío.
                                                                                     ¿te gusta el cine?

¡Gracias!

Te voy a extrañar
Tengo miedo
Tengo sueño
Tengo hambre
Me duele la cabeza. Y la garganta. Me siento enferma.
Tengo tos.
Extraño a mi mamá.

          ¿Alguna vez escuchaste...?

Jajajaja

Me encantás

a mí me pasa lo mismo

Me acuerdo cuando era chica y andaba en bicicleta...

¡ Te quiero tanto ! Perdón que te lo diga 

Bueno.
No. Sí. No. Sí. No. No...

No te preocupes.

No te escucho. ¿Estás?
-Sí.

-Pero... 

Adiós.

¿Por qué?

                            No importa. Es así. Adiós.

¿y yo qué hago?

¿con qué? con vos

¿por qué? porque sí

Me duele...

Yo sabía...

te quiero te quiero te quiero te quiero te quiero te quiero

a mi también me duele

¿cómo te fue hoy?
¡Quiero verte pronto!

                                                                                                                                  t e   n e c e s i t o . . .
¡Hasta mañana!
Te amo
te odio


¿y ahora, qué?
Mi amor! Ay, mi amor!
Mi vida, mi cielo, mi sol!

Qué cursi

a                      m                      o                       r


amo tus caricias

¿Ese cuadro lo pintaste vos?
¿Cómo te sentís?

Ahora sí, adiós.
Adiós.
De nuevo. Una última vez.

Por favor.

Bueno. Dale.

...

Ahora sí.
Adiós.
                   

Si escribir bastara

Si escribir bastara

si pudiera extraer la cláusula del tiempo
y aferrarme a la locura...
al veneno ancestral

si un pájaro verde se asoma desde una rama
yo siento
que faltan siglos para que los pájaros se extingan
y quizás
todos estamos cayendo en un precipicio
que no se acabará nunca

y que sangra, y sangra
y que grita, y grita
y exclama: ¡dolor!

siento pena por aquellos muertos
que no pudieron
decir su verdad

y el pájaro me observa
estira sus alas breves
... se va, como quisiera irme yo...

hacia el fondo del horizonte,

tan lejos...


                        de mí

sábado, 22 de julio de 2017

no es justo

no es justo estar sintiéndome así de mal, de enferma
con los dedos desgarrados de tanto escribir palabras
que no sirven para nada que no vuelan
sin poder crear la poesía exacta
que me saque de mi cuerpo y que
me devuelva la sangre derramada hace tiempo
cuando los círculos del cielo estallaban en luces

eran tiempos celestes era la infancia
la seguridad de saberme una reina una
completa y fantástica criatura divina
sin poder soltar a nadie ni que nadie me soltara

y ahora

en esta soledad inquieta y triste
en este llanto contenido de furia
en esta aureola pálida sin rumbo

te llamo con mis tres gargantas tristes
con mis pies mis brazos mi cuerpo entero
te imploro con mis dos manos de niña
me refugio en una cabeza que detesto
en música que desconozco, en imágenes que no me importan

estoy
arremetida de tiempo, asustada
infantil, amparada en los tres vicios sutiles del asombro
no estoy acostumbrada
a la crueldad de los insomnes
ni a la lujuria de los fantasmas
y no quiero
pensar porque me duele saberme en falta
sentir que soy imperfecta como un jardín sin aire
sin flores

no soporto percibir en tus ojos la distancia
como un perfume lejano y sombrío
que se destila mientras suena una música bizarra

me fascinaba
pensar que nos estábamos conociendo
que al final
había algo que habíamos compartido
y que sabíamos los dos
cómo se siente el dolor
el dolor de una hija que no siente a su madre

y ahora
están tan lejos las voces
que antes decían mi nombre
como un coro de sirenas

sábado

voy a vertir el agua de mi cuerpo
hasta que se evapore en un susurro en un
ay mi amor y un fue tan lindo
en humos ácidos de azul
y tiemble con el cosmos
perverso del insomnio

¿era esto lo que querías? lograste

matarme
      ...............lento
así

p  o   c  o    a    p  o  c  o


dÁndomE zARpAzos DesGaRrADos

como estas letras
que me escriben

y si escucho AC/DC
es porque no hay otra cosa
que me libre de los nervios de
la impotencia enfermiza de
no tenerte y que no
me respondas





lunes, 17 de julio de 2017

juegos

estosnerviosinsoportablesestasganasenfermasdemodersucuellohastamatarlohastasentircrujirsucarnesustendonesentremisdientesytragarmetodasusangretibiaybebérmelaconfuriainclusohastavaciarloporcompletoydespuésdedevorarlometermeporsubocacomosifueraunacuevayabrirmeespacioentresucuerpoyapodridocomounfantasmacomounespectroparaposeerloalfintambiénconmisangrequeeslasuyaparaestarconélparasiemprealfin.

abrir
cerrar
                 jugar a expandir la garganta hasta tragarme una estrella
embellecer tu boca con un temblor despiadado
alzar la vista hasta encontrar el azul
cuando al fin
la
recóndita respuesta
me paralice





domingo, 16 de julio de 2017

La víspera (2)

Al llegar a la casa, Juana, la mamá de Alicia, estaba prendiendo la chimenea con un pedazo de tronco de pino que parecía recién arrancado del jardín. Tenía a su lado varios bollos de papel de diario quemados , esparcidos por el piso, y parecía haber estado intentando prender esa chimenea desde hace largo rato porque tenía actitud de cansada y la cara con restos de tronco y transpiración.
Ya volvieron?- nos preguntó con una sonrisa falsa. Y yo sospeché que ella no quería que volviéramos tan rápido, por algún motivo.
-Sí, dijo Roberto. -Es que Aurora se asustó y tuvimos que volver.
Eso me causó una indignación hasta ese entonces desconocida. Cómo se atrevía a culparme a mí!
-No es verdad!! le grité violentamente. Alicia se apartó de mi lado y se dispuso a ayudar a recoger los papeles que estaban esparcidos por el suelo. -Todos nos asustamos. También vos, Roberto, le dije aún con una sensación de odio incontrolable.
-Es que vimos un caballo muy raro, dijo Mabel, como al pasar... Juana seguía agachada con el tronco encendido y tratando de prender los demás troncos. -Raro por qué? preguntó.
-No sé, dijo Mabel. -Estaba muy quieto.
-Estaba muerto, dijo Lucía.
-No estaba muerto, estaba asustado, agregó Roberto con cara de que estaba cansado de hablar sobre ese caballo.
-Estaba vivo pero tenía los ojos muertos. Dije yo sin mirar a nadie y me acordé de esos ojos y volví a sentir una sensación increíble de pánico y de angustia. -Muertos, repetí.
-Bueno, dijo Juana. Ya están de vuelta, menos mal que están bien. Mañana con la luz del día quizás pueden subir de nuevo y explorar la montaña. De noche es peligroso.
-Tía, dijo Roberto con un tono de adulto mayor que le salía perfectamente-, somos grandes ya, nos podemos cuidar solos y además...
-Roberto, lo interrumpió Juana. Son chicos todavía. -Vamos, hay que poner la mesa, dijo y se arremangó el pulover con decisión, (ya había podido prender el fuego de la chimenea en esos segundos), y caminó en dirección a la cocina sin mirarnos a ninguno de nosotros.
Y yo pensé que todas las madres hacen esas cosas cuando no quieren seguir hablando sobre algo. Dicen "está la comida", "se me quema el arroz", "hay que poner la mesa", "hay que lavar los platos". Y se van. Huyen. Pensé en mi madre y en lo lejos que estaba de ella en ese momento. Me sentí triste. Me quedé unos segundos así, parada y rígida como una estatua, contemplando solamente el fuego y oyéndolo crujir mientras los demás hacían distintas cosas, se lavaban las manos, se peleaban, ordenaban las sillas, iban a buscar algo, quizás para olvidar, como yo, los ojos muertos de aquel caballo que habíamos visto en la montaña.

-Tengo sed, dijo Manuel, pero nadie le respondió. Lucía le acercó su vaso de agua que estaba casi lleno. Cenábamos en silencio y eso me incomodaba. Sentía que algo extraño había pasado y pensé que todo era culpa del caballo que nos había conmovido a todos.
-Aurora- dijo de pronto Juana. Tu madre, está bien?
La pregunta me sorprendió porque Juana no preguntaba mucho por mi madre.
-Sí, muy bien, gracias.- le respondí.
-Me alegro
-Gracias
-Y tu padre?
-También. Ha estado un poco enfermo por el frío, él tiene un problema en los pulmones, pero ya se está recuperando.
-Ah...
-Ellos le mandan muchos saludos y siempre me preguntan por usted.
-Qué amables.

Sonreí por compromiso y miré mi plato con arroz, pechuga de pollo y papa horneada. Pinché una papa con mi tenedor pero no me la comí. Bajé la cabeza y al subirla, vi que Juana me observaba con una mirada nublada y pensativa. Sentía que no me miraba a mí, sino que estaba pensando en otra cosa.
-Estás bien mamá?- le preguntó Alicia. Y yo pensé que me molestaba que Alicia y yo no pensábamos igual en nada pero sí percibíamos siempre las mismas cosas y por eso teníamos una relación tan extraña y ambivalente.
-Sí, hija. Estoy bien, le respondió Juana y le acarició el pelo con ternura. -¿Quieren más?- preguntó y yo pensé de nuevo que las madres hacen esas preguntas para no decir lo que en realidad están pensando.
Miré a Roberto, que miraba a Alicia con extrañeza y ésta a su mamá con preocupación. Roberto habrá percibido mis ojos puestos en él, porque me miró enseguida y fue una mirada tan intensa y profunda que rápidamente levanté la vista y dije que no, que yo no quería más.




martes, 11 de julio de 2017

redes

cómo transitar el dolor sin ser vista
y construir caminos en vez de callejones 
cómo acomodar mi cabeza en la fuente
y escuchar el silencio ornamentado de los pájaros
que gritan
cada vez que el sol se esconde


ahora me doy cuenta
de lo que pasó
mientras sentía
que no pasaba nada
y me enroscaba sobre mí misma
en un dialogo sordo como en una película

y es que así NO BASTA,
ni tampoco es suficiente
cuánto significa estar del otro lado,
al otro

lado,
si de todas formas no sirve de nada



domingo, 2 de julio de 2017

San Telmo y su música

El barrio de San Telmo huele a música definitiva. Hay espasmos de sonido a lo largo de toda la calle Defensa, desde avenida San Juan hasta Venezuela. Los domingos a la tarde la feria se llena de vecinos y turistas que comen helado italiano, toman cerveza artesanal y comen empanadas colombianas y que llegan en pequeñas combis blancas pero repletas desde algún otro punto turístico de la ciudad. La caminata transcurre a paso lento y monótono por la cantidad de gente que pasea. Los idiomas se confunden y pronto se oye un saludo en portugués, un comentario en francés y algún que otro grito en yanqui, además del quejoso y casi siempre malhumorado porteño. Poco a poco va alejándose el día invernal de principios de julio y se van prendiendo todos los faroles amarillos que se transforman en una hermosa figura de luz cuando se desparraman con gracia deslumbrante sobre el empedrado que los vecinos se niegan con determinación, a dejar desaparecer. Y entonces dan ganas de quedarse por allí, en alguna terraza, leyendo un libro o escuchando la música alegre que siempre viene de algún lado y que parece no querer despedirse. Las gentes del movimiento afrocultural tocan al ritmo del candombe con letras contestatarias y de protesta y también improvisan algún free style cada tanto con las palabras que el público propone pero que son siempre las mismas: paz, libertad, amor, solidaridad, felicidad, aunque alguno diga de pronto pucho porro tabaco. Algunas parejas bailan. Otras ríen y las de mas allá conversan. Yo bebo un trago de cerveza y miro la luna que ha ido apareciendo de a poco por entre las ramas desnudas de uno de los árboles más viejos del patio y que brilla como una perla en el fondo de un pozo de agua. A su lado, un planeta grande y amarillento se despliega perezosamente.
Siempre hay un rincón oculto en este San Telmo que se asemeja a un laberinto. Siempre algún nuevo bar, casa cultural, galería de arte, o galpón que se descubre y florece una noche cualquiera y que abre sus puertas de par en par para recibir a sus invitados cautelosos, desconfiados e invisibles. Luego se va formando una especie de comunidad barrial en la que todos somos amigos. En este barrio, la música flota como una niebla, y lo transporta todo hacia mundos lejanos y planetas infinitos. La música es un viaje de ida que estaciona en San Telmo.

viernes, 30 de junio de 2017

Tarde

Cómo no describir el celeste del cielo repleto de estrellitas que bailan y se desplazan al compás de tus pupilas. Cómo no querer abrir de par en par la ventana y dejar pasar el aire hasta deshacer las raíces de mis pensamientos. Cómo no contemplar descalza este sol de la tarde que rueda sobre un cielo diáfano y prolífico de nubes. Cómo no extraer de vuelta la risa olvidada en el fondo de la garganta para acordarme que alguna vez sí fui feliz. Cómo no desabrocharme los ojos para mirar el horizonte que se oculta detrás de todos esos edificios. Cómo no agarrar un pincel y teñirlo todo de violeta. Y reír. Cómo no sentirme atravesada por la luz radiante que se enciende cada vez que respiro. Y que no se apagará nunca. Cómo no desfilar encima de las palabras para juntarlas todas y volver a separarlas en oración, canto, cañaveral. Cómo no pensar y recordar y sentir hasta que se me cierren las costillas pero igual sentir y esbozar una sonrisa ligera pero que nadie percibe. Cómo no extrañar la mano frágil que me arranca de a poco de la esquina de la muerte. Cómo olvidar la noche secreta en que estrechamos las manos y nuestros brazos se abrazaron envueltos  en un coro de sirenas que dibujaron la luna. Cómo no recordar las tardes alegres de primaveras pasadas y el canto frente al río, la inmensidad del día y algún que otro sacrificio banal. Cómo eliminar de mi mente la añoranza de un pasado que retorna como un canto de ruiseñor. Cómo no amar de pronto y estallar de belleza ante este mundo vacío, absurdo e insensato. Cómo no emocionarme de brazos y huesos y dedos y falanges que me salen por el cuerpo como un árbol frondoso queriendo abrazarlo todo. Cómo no imaginar que habrá un día en que todas las criaturas serán azules y en vez de palabras nos saldrán flores de la boca y los ojos ya no serán ojos sino estrellas, porque estaremos allá, del lado de la fiesta y la de la risa.

domingo, 25 de junio de 2017

La víspera

Hubo una vez una entrada al pozo debajo un árbol lejano y frondoso, a orillas de un río seco. Estábamos jugando a la ronda a mitad de la tarde, ya oscurecía por entre las hojas y observábamos un sol poniente como una despedida fatal del sol hacia un planeta remoto. 
Había olor puro a alcohol de whisky, hierba y sangre y a mí se me dio por soltarle las manos a Alicia, tirarme al pasto y mirar los últimos trazos de luz rosada que se iban alejando detrás de las nubes. 
¿Qué te pasa? Me preguntó Roberto que seguía girando al ritmo de la ronda. Nada, le dije y continué mirando el cielo. Un pájaro extraño pasó muy cerca de mí y emitió un sonido como de auxilio que me produjo angustia.
El viento último del sur se iba acercando. Cerré los ojos y sentí la tarde cada vez más oscura. Era feliz conmigo y mi silencio, percibiendo solamente unos pocos restos de luz, el aroma de la hierba y la breve brisa que me recordaba al mar cuando era niña.
Lástima que se secó el arroyo, dijo Juana, la madre de Alicia. Hoy estuvo hermoso el día, hubiéramos podido nadar a gusto, agregó y yo pensé hubiéramos, hubiéramos, bueno, no fue y ya está, porque esa manía de la gente de lamentarse por lo que no ha pasado, ¿acaso no vale nada esta tarde luminosa, este breve instante de hierba mojada, de brisa primaveral?
Me indigné y dejé de sentir el aire todo, fue como si se me hubiesen taponado los ojos y los oídos, no quería ver, ni escuchar, y de pronto, tampoco quería ser yo, ni siquiera otra, sino nada, tampoco pasto, tampoco cielo, ni arroyo seco, nada, nada, nada.
Alicia gritaba y lloraba. Se peleaba con Roberto, su primo. Los demás reían. Al parecer ya no jugaban a la ronda.
Qué sueño dijo alguien bostezando, y yo bostecé también.
Anda, dale, me pateó alguien con cautela. Parecia Roberto.
Qué querés? le dije en tono cruel y antipático.
Vamos a la montaña?
No quiero, dejáme en paz.
Y si no te dejo en paz?
Dejáme.

Y se fueron en dirección al norte y no quise quedarme allí sola y los seguí hasta la montaña.
Una vez que llegamos a la base, Roberto que se hacía el jefe del grupo nos reunió a todos y nos contó. Somos siete, dijo. Y yo pensé en qué bonito era el número siete. Sacó una linterna de su bolsillo y Juan le escupió ladrón! esa linterna es mía! y Roberto qué va, me la ha prestado tu madre. Mentira, replicó Juan y se puso colorado a pesar de que estaba oscuro, todos lo notamos. Basta, intervino Mabel que era la más grande, además de Roberto, tenía quince años. Vamos todos juntos, porque hay una sola linterna. A dónde vamos? preguntó Lucía con voz temblorosa. Al cerro, le respondió Roberto. Por acá. Pero... dijo Juan. Qué? preguntó Roberto con impaciencia. Está oscuro dijo Lucía, la hermana de Roberto, y? y que es peligroso. No, no pasa nada.

Aquélla conversación me aburría. Hubiese querido quedarme sola tirada en el pasto como hasta hace un rato. Me arrepentí de haberlos seguido.
Yo vuelvo, dije entonces, con voz firme. 
"Aurora tiene miedo, Aurora tiene miedo"
No tengo miedo, es que  hace frío y allá arriba no hay nada. No entiendo por qué quieren subir.
Y cómo sabés que no hay nada si no subís a ver? Me preguntó Juan con vos altanera y me dieron ganas de estrangularlo. Me enojé.
Y porque no hace falta subir, porque es una montaña y nada más, y en las montañas no hay, salvo hierbas y algunos animales.
¿No será que tenés miedo? dijo Roberto.
No tengo miedo, solamente no quiero subir, respondí.
No pasa nada, Aurora, me dijo Mabel con voz maternal. Vamos, es un rato nada más, luego volvemos.
Pensé y no quería volverme sola, ya estaba oscuro, casi negro y no tenía linterna.
Pero qué vamos a hacer? Pregunté ahora.
Vamos y ya, dijo Roberto. Me tomó de la mano y tiró de mi hacia arriba.
Basta, soltáme.
Ya empieza, dijo Roberto.
Y es que vos para qué la agarrás así, bruto! le espetó Mabel. Andá, Aurora, si no querés subir, regresá.
Y pero es que no quiero regresarme sola, no tengo linterna. Alguien viene conmigo? Lucía?. Lucía me dijo que no con la cabeza y también me dijo que no con sus grandes ojos tristes.
Ves? No le viene nada bien, que haga lo que quiera, dijo Roberto y empezó a caminar. Los demás lo siguieron. Mabel me agarró de la mano con suavidad y me dijo, vamos, no pasa nada, no pasa nada repitió.

Caminamos durante quince minutos casi en silencio. Roberto iba adelante con la linterna, alertándonos sobre las ramas que aparecían y los pozos y las piedras peligrosas. Atrás iba Lucía, de la mano con Manuel, su hermano pequeño. Ellos dos eran hermanos de Roberto y a su vez, primos de Alicia. Hace frío, dije entonces para decir algo, aunque sabía que mi comentario no les iba a gustar porque ya todos sabían que hacía frío.
Siempre hace frío en la montaña, me respondió Juan, que parecía asustado y sentí que estaba esperando que alguien dijera cualquier cosa para responder y cortar el silencio. Ya sé, le dije en  tono suave. Esperé unos segundos. Estás bien? le pregunté. Claro que estoy bien! Me dijo como enojado y yo pensé que seguro se había puesto otra vez colorado pero que nadie lo notó porque estaba oscuro. Al rato, Mabel que iba detrás de todo dijo de pronto, asustándonos a varios. Miren! Y señaló con el dedo índice hacia arriba y a la izquierda. No veo nada! dije apresuradamente, y ansiosa, me había asustado. Allá, allá, dijo Mabel parándose en puntas de pie y con los ojos emocionados. 
Los ojos muertos de un caballo blanco vivo me vieron de pronto, y me asusté terriblemente. Es horrible eso! grité.
No grites, me dijo Roberto.
Es un caballo? dijo Lucía.
Claro que es un caballo, le dijo Roberto, qué va a ser?
No parece caballo, respondió Lucía.
Ah, no? Y qué parece? No sé, otra cosa.
Sí, parece otra cosa acordé yo, recordando la imagen de aquellos ojos muertos.
Parecerá otra cosa pero es un caballo, aseguró Roberto.
Un muy lindo caballo, dijo Mabel. 
Está muy quieto, por qué está quieto? pregunté.
Manuel empezó a sollozar.
Porque no sabe quiénes somos, y tiene miedo de que lo lastimemos.
El caballo estaba a unos veinte metros de distancia y nos observaba con esos ojos muertos y no hacia otra cosa más que observarnos con esos ojos muertos y horribles.
¿Y ahora qué? ¿seguimos? pregunté. Pero nadie me respondió, todos se quedaron mirando el caballo de los ojos muertos.
No aguanté el silencio, empecé a sentir un estrechamiento en el pecho y comenzó a faltarme el aire. Vamos? Nadie me respondía. No aguanté. Respiré agitadamente y exploté: el caballo está muerto, el caballo está muerto!
El caballo no está muerto, me dijo Roberto. Qué te pasa?, calmáte!
No me gusta!!! no me gusta!!! dije agitándome aún más.
Se pone nerviosa, dijo Mabel, con impaciencia. No deberíamos haberla traído.
Vamos, sigamos un rato más y después volvemos, me dijo Roberto comenzando a caminar nuevamente y eso me hizo poner aún más nerviosa.
No sé, Roberto, le dijo Mabel con seriedad. Alicia dijo tímidamente que ella también quería volver.
Si nunca avanzamos más allá, nunca vamos a saber que hay. No tengan miedo. Estamos todos juntos.
Yo no dije nada, pero sentí la respiración de Lucía cerca de mí y supe que ella, al igual que yo y que Alicia, estaba asustada.
Robertó habrá percibido algo porque continuó. "Chicas", nos dijo, pero mirándome solamente a mí. No se pongan nerviosas. Es solamente un caballo asustado, ven? Pero no miró hacia donde estaba el caballo y yo pensé que él también se había asustado un poco, como nosotras, como el caballo. No pasa nada malo. Además, siempre decimos que queremos explorar la montaña de noche y nunca lo hicimos porque éramos chicos. Ahora ya somos grandes. Mabel y yo tenemos quince años y tenemos una linterna, y pilas y... 
No me importa la linterna ni las pilas. Y ese caballo es raro, dijo Lucía, y parecía que se iba a poner a llorar ella también al igual que su hermano Manuel.
Mejor vamos, Roberto. Dijo Mabel. No tiene sentido que sigamos así. Están asustados.
Mabel me dio lástima. No había vuelto a mirar al caballo ella tampoco. Yo sabía que todos estábamos asustados por ese caballo con los ojos muertos.
Roberto la miró con cara de decepción. Me miró a mí con bronca y luego a su hermana Lucía y finalmente a Manuel que observaba toda la situación con los mismos ojos tristes que los de su hermana pero ya no sollozaba. Está bien, volvamos. Dijo Roberto resignándose con un suspiro y caminó esta vez en la dirección contraria.

Me tranquilicé cuando empecé a seguirlo y al cabo de unos minutos pensé que quizás había exagerado con lo del caballo. Tenía que admitirlo estaba asustada porque estaba oscuro y porque nunca había subido de noche a la montaña a pesar de que decía que siempre había querido hacerlo. Me arrepentí de pronto y quise decirles a todos que mejor continuásemos, que había que enfrentar nuestros miedos y seguir camino a pesar del caballo. Para darme valor, miré hacia donde estaba el caballo y comprobar que ya no me asustaba. Miré con el mayor disimulo del que fui capaz pero el caballo ya no estaba, lo busqué con la mirada sin poder creer que hubiese desaparecido. Se había ido de pronto tan silenciosamente que nadie lo había notado, o al menos nadie dijo nada. Me asusté de nuevo y me puse contenta de estar regresando. Agarré la mano de Alicia con firmeza y ella me sonrió. Era un año menor que yo y siempre buscaba mi amistad, aunque yo generalmente la rechazaba porque me parecía consentida y caprichosa. Pero me gustó que nos agarráramos la mano mientras bajábamos. Juan se puso a silbar, supe que él también estaba contento de estar regresando. Que frío hace! Dijo Mabel, tiritando y dándose calor con sus propios brazos. Roberto no decía nada. Bajábamos.
Al tocar la base  de la montaña, respiré el aire frío y me sentí bien. La luna estaba alta y parecía un espectáculo de bruma y de sirenas de colores pálidos. Pensé en lo mucho que me gustaban las historias de sirenas.
Mabel, me leés un cuento cuando lleguemos?
Claro, me dijo Mabel. Y me dio un beso en la cabeza.
Sonreí. Quería a Mabel, hubiese querido que fuera mi hermana mayor. Era triste para mí no tener hermanos.



sábado, 24 de junio de 2017

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Inti Raymi (Fiesta del sol)

Hubo un crecimiento de pequeñas gentes relampagueantes alrededor de un fuego feroz y ardiente como una mandíbula diabólica.
Se llamaban con distintos nombres que no pude pronunciar nunca y adoraban dioses que eran ajenos a mí, a pesar de que el canto de los pájaros que escuchábamos era exactamente el mismo. 
Nunca supe quiénes eran. Ahora ya los olvidé y solamente persiste el recuerdo de aquella fogata que decían que hace 547 años que no se apagaba. Yo les creí porque ese fuego tiene una textura y un color especiales, invitaban a quedárselo observando durante largo tiempo, hasta que una comenzaba a sentir una especie de extraña energía que le subía por el pecho hasta la garganta y era entonces cuando comenzaban los alaridos. Éramos como animales: perros, lobos, fieras, toros, vacas, osos, lo que fuera. Cada uno tenía una máscara enorme y orgullosa que permitía que nos transformásemos en otra cosa. Me daba miedo ponerme la máscara porque no sabía en qué me convertiría,., era tal el miedo que tenía de mí! quiénes eran ellos los otros todos que habitaban en mi mismo cuerpo? cómo permitirles desperezarse y salir al fin al mundo exterior para guardarlos nuevamente en mí hasta el próximo año o quién sabe si quizás para siempre. Intuía que no iban a querer salir ellos de mí, estaba segura, se resistirían. Sufrí mucho durante todo aquel rato en el que no sabía si ponerme la máscara o no. "Anda, niña", me dijo entonces un hombre adulto con voz tenebrosa y máscara de águila. "Qué esperas?", "tengo miedo", "ya, póntela, pues!", me dio una orden que sentí que debía obedecer, aunque no estuviera segura, y que de todas formas, me ayudó a decidirme. Me puse la mascara de oso, y me sentí bien de pronto, limpia, total, sin problemas. Libertad animal y libertad humana, eran la misma cosa y nunca lo había sabido hasta ese momento. Bailé sobre el fuego cantando cantos que me surgían de las entrañas del cuerpo, produciendo sonidos guturales y ásperos, hasta grotescos, y daba pasos pequeños, como pequeños saltos que no significaban nada sino una especie de ritual obvio, pero que yo no conocía del todo. Me gustaba bailar oyendo la música lejana que emitían las gentes con sus instrumentos y que no llevaban máscaras porque no las necesitaban. Era un ritmo simple, continuo, repetido, monótono. Y había algo allí, en esa monotonía, que me producía bienestar y belleza. Estaba sola, es decir, no conocía a nadie allí, en esa fiesta, y sospecho ahora que quizás por eso mismo es que me sentí tan bien. Nada malo pasaría, al fin no tendría miedo de perder a nadie, porque claro, estábamos tan vivos! "A bailar a bailar que el mundo se va a acabar"
Luego de una hora de dar vueltas alrededor del fuego comencé a tomar una bebida que me ofreció un hombre con una máscara de bestia feroz pero que no distinguía qué animal era. Supuse que la bebido era vino tinto, por el color pero cuando lo probé me di cuenta de que no, de que era una bebida que nunca había probado, sabrosa sin embargo, y ardiente casi como el fuego que parecía cada vez agrandarse más en su volumen y fuerza a medida que pasaba la noche. "Te gusta?", "¿sí, qué es?", "así saldrán toditos tus males", me dijo, y ya que me dijera eso me empezó a producir malestar. Cuáles eran mis males?, cómo saldrían?, en qué orden? a qué velocidad? El vino que no era vino empezó a darme un calor insoportable, por lo cual decidí sacarme la máscara un rato para tomar mejor el aire fresco de la montaña, pero cuando lo estaba por hacer, una mano misteriosa y fría como la nieve me frenó de pronto "no se puede", dijo tajante. Cuántas órdenes que dan aquí!  Pensé. Me dijo eso pero yo decidí sacármela igual puesto que sentía que me iba a ahogar por falta de aire si no lo hacía, es más, ya me debe haber bajado la presión, pensé, y fue entonces cuando me intenté sacar por segunda vez la máscara y me di cuenta al fin de que realmente no podía, pues ya no había máscara que sacar. Era yo, convertida en oso, totalmente entera, hecha de pelo, pies, cabeza, patas. Garras. Era un oso, un oso hecho y derecho como había visto en los documentales de la televisión. Incluso pensaba como oso, miraba el fuego y sentí un hambre voraz, y me balanceé sobre un alguien que llevaba puesto un traje de rata para comérmelo. Éste hombre y mujer rata me quitó espantado aunque con cuidado, pegándome en el hocico, lo cual, me hizo enojar aún más, y me produjo una sensación de rabia animal que jamas hube sentido bajo mi forma humana. Quería morder, desgarrar, matar, tenía el instinto de querer sentir huesos partiéndose en mi mandíbula, sangre corriéndome por la garganta, pelo atorándose en mi estómago, y mis oídos quería oír alaridos, alaridos de dolor tan fuertes que parecían las súplicas más salvajes y más hondas que cualquier ser vivo pudiese emitir. No sentía sino deseos de oso salvaje. Incluso percibía que el fuego me avivaba a cometer todos aquellos crímenes con los que fantaseaban que no eran ya crímenes, sino instintos de oso. O de osa, no estaba segura. 
Pasé un tiempo quieta sintiendo todo aquello y dándome cuenta de que el mundo tenía un hedor a muerte. Decidí alejarme del fuego, y recorrer un poco los valles de la noche iluminados por la luna. Solamente recuerdo que el cuerpo me pesaba mucho y que tenía sed. El sonido de la música se iba alejando de a poco, hasta volverse apenas un susurro en medio de un silencio seco y vacío, que me produjo escalofríos aterciopelados. Buscaba cualquier cosa: comida, agua, refugio, compañía. Empecé a sentir malestares físicos, una especie de mareo nuevamente, y tuve miedo de estar volviendo a mi forma humana: no quería. Quería ser oso para siempre, pues la vida de oso se me hacia mucho más simple y completa que la otra, aquélla que tanto me pesaba y que me había hecho sufrir.
Caminé mucho rato sin poder saciar ninguna de mis necesidades físicas, hasta que de pronto encontré un oso exactamente igual a mí, que me observaba desde atrás de un árbol con cautela. Me acerqué y abrí la boca para hablarle (pues pensaba que podía hablarle), pero sólo me salió un vómito de sangre y barro que produjo en el otro oso un asco irreversible que expresó empujándome al suelo y pateándome la cara con su pata de oso. Era horrible no poder pedirle disculpas, ni llegar a decirle que no me pegara. Pero luego sentí que no hubiese querido decirle aquéllo, sino patearlo yo también. Y vomitarle más sangre y más barro, en la cara y morderlo, y morder ¡al fin! sangre y hueso y carne fresca y sentir sus aullidos de dolor. Me levanté dispuesta a todo y le di un zarpazo en la garganta. El otro se asustó pero arremetió de nuevo, algo confundido pero con mayor ímpetu que anteriormente. Me mordió la parte izquierda de la cara y yo emití un aullido fatal que me hizo sentir náuseas. Empecé a vomitar sangre y barro de nuevo y el otro oso no hacía sino cargar contra mí. Me eché al suelo dejando caer mi peso sobre el aire, pensando que quizás no debía ser tan malo morir, pues estaba extrañamente aliviada de haber expulsado de mí esos vómitos hediondos que me habían estado oprimiendo el pecho por siglos. No me rendí, sin embargo, en ningún momento. No recuerdo cómo me levanté de nuevo pero lo hice y arremetí por última vez con el otro oso, que al igual que yo estaba también muy lastimado y le faltaba el ojo derecho. No me percaté de sus gritos hasta que vi que le faltaba un ojo. Entonces lo oí por vez primera. Estaba muerto de dolor y confusión. Y sentí rabia, bronca, pena por aquella debilidad evidente, por haberse dejado sacar un ojo, un ojo!, por haberse dejado morder y pegar por mí, por mí que no era más que un oso arrepentido de haber sido humana alguna vez! por ser tan débil. Lo odié con el alma y con el cuerpo: sentí ira en partes del cuerpo que no sabía que existían sólo para alojar la ira. Arremetí, como decía, contra él, yendo directamente a destrozarle el cuello, y a pesar de que con el ojo que le quedaba hubo un instante de súplica, hice caso omiso a aquél pedido y lo mordí con toda la fuerza que podía y sacudí su cuello con odio con mis colmillos, haciéndolo llorar y salpicar sangre por todos lados, y más gritaba él y más lo odiaba yo y más lo apretaba y más lo sacudía y en ningún momento me eché para atrás ni me arrepentí, y me quedé así, con su cuello en mis fauces hasta que supe que había muerto. Lo solté con la ternura sádica, la única ternura que somos capaces de experimentar los infelices y dejé su cuerpo liviano caer como una hoja seca, sobre la tierra aún entumecida de su sangre roja. Sentí una paz extraña, una sensación de calma y tibieza en todo el cuerpo. Me quedé junto al cadáver durante un tiempo largo, observándolo a éste y envidié su entera forma de yacer frente a un mundo que ya le era ajeno. Me quedé largo rato caminando por el valle sintiendo un brote de melancolía que no me dejaba tranquila y que pronto empezó a perturbarme. Tuve miedo y deseos de morir allí, antes de que amaneciera, faltaba poco. No sé cómo ni en qué momento, pero me quedé dormida sobre el pasto húmedo a mitad de camino, mientras un aroma a lilas que traía un frescor matinal desde lejos, me iba produciendo una sensación de sopor y tranquilidad. Cuando desperté tenía de nueva forma humana (me había dormido como oso), el pelo sucio y enmarañado, rastros de sangre entre mis dedos y la ropa igualmente húmeda y estropeada, con manchas de barro y sangre. Divisé un sol alto, imponente, erigido sobre el cielo como un Dios que me contemplaba, y tan alto y seguro lo vi allí y era tanta la luz que transmitía y el brillo que emanaba que sentí una profunda emoción y empecé a rezarle.Jamás me había doblegado frente a nada ni nadie de la manera en que lo hice aquella mañana, le rezaba como una niña a la inmensidad del mundo. Quería, calor, protección, paz, seguridad. Y el sol parecía ser el único ser que me observaba y que conocía lo que me estaba sucediendo. Creo que así rezando me volví a quedar dormida, y cuando desperté nuevamente, ya de tarde, caminé con desesperación hacia la fogata donde había comenzado todo. Entré en pánico al recordar los detalles del episodio de mi pelea con el otro oso y tuve terror de haber cometido un crimen de verdad, pues hasta ese momento todos aquellos sucesos se me habían transfigurado en la mente como sueños fantasmagóricos. Llegué hasta la fogata y estaba ésta pero alrededor no había nadie, absolutamente nadie. Ni nada. Una ropa por allá, botellas casi vacías, restos de ceniza, papelillos de colores, viento, nada, soledad, nada. Cerré los ojos cuando el sol ya comenzaba a teñir de rosa el cielo , que dibujaba un contorno extraño pero hermoso con las montañas de la cordillera. Sentí frío y sed. Caí desvanecida. 

Desperté por tercera vez de noche y me encontraba en una casa con una mujer y un hombre que me miraban seriamente y a quienes yo no conocía. Me habían puesto una venda en el cuello y quise preguntarles qué estaba pasando pero me di cuenta de que no podía hablar ni mover las cuerdas vocales sin desgarrarme del dolor. Nunca olvidaré esos dos rostros, esos dos rostros que hoy los recuerdo lejanos pero que me salvaron del abismo de mí misma. Recuerdo esos dos rostros como dos soles alejándose de a poco hacia atrás de la cordillera. Recuerdo esos cuatro ojos penetrándome el alma, diciéndome nada, mirándome solamente. Esa mirada fatal me destruyó y me salvó al mismo tiempo. Esas miradas ahora me recuerdan al sol, al que ahora le rezo todas las mañanas y a quien le agradezco haber salido ese día, y haberme salvado, de haber iluminado aquélla tarde, en que hubo de alumbrar la tierra infernal donde los seres se transforman y se mueren y se matan y se muerden y se viven y se desparraman frente al fuego a contarse historias de amores lejanos. Los cuatros ojos me miraron durante horas y supe que era de noche porque la ventana estaba abierta y allá afuera todo era oscuro. Todo era oscuro, tan oscuro como el oso que habita en mí y que ahora dejo salir de vez en cuando, apenas, un rato, al sol, pues le encanta tirarse al sol, sentir que le brillan los dientes.