domingo, 2 de julio de 2017

San Telmo y su música

El barrio de San Telmo huele a música definitiva. Hay espasmos de sonido a lo largo de toda la calle Defensa, desde avenida San Juan hasta Venezuela. Los domingos a la tarde la feria se llena de vecinos y turistas que comen helado italiano, toman cerveza artesanal y comen empanadas colombianas y que llegan en pequeñas combis blancas pero repletas desde algún otro punto turístico de la ciudad. La caminata transcurre a paso lento y monótono por la cantidad de gente que pasea. Los idiomas se confunden y pronto se oye un saludo en portugués, un comentario en francés y algún que otro grito en yanqui, además del quejoso y casi siempre malhumorado porteño. Poco a poco va alejándose el día invernal de principios de julio y se van prendiendo todos los faroles amarillos que se transforman en una hermosa figura de luz cuando se desparraman con gracia deslumbrante sobre el empedrado que los vecinos se niegan con determinación, a dejar desaparecer. Y entonces dan ganas de quedarse por allí, en alguna terraza, leyendo un libro o escuchando la música alegre que siempre viene de algún lado y que parece no querer despedirse. Las gentes del movimiento afrocultural tocan al ritmo del candombe con letras contestatarias y de protesta y también improvisan algún free style cada tanto con las palabras que el público propone pero que son siempre las mismas: paz, libertad, amor, solidaridad, felicidad, aunque alguno diga de pronto pucho porro tabaco. Algunas parejas bailan. Otras ríen y las de mas allá conversan. Yo bebo un trago de cerveza y miro la luna que ha ido apareciendo de a poco por entre las ramas desnudas de uno de los árboles más viejos del patio y que brilla como una perla en el fondo de un pozo de agua. A su lado, un planeta grande y amarillento se despliega perezosamente.
Siempre hay un rincón oculto en este San Telmo que se asemeja a un laberinto. Siempre algún nuevo bar, casa cultural, galería de arte, o galpón que se descubre y florece una noche cualquiera y que abre sus puertas de par en par para recibir a sus invitados cautelosos, desconfiados e invisibles. Luego se va formando una especie de comunidad barrial en la que todos somos amigos. En este barrio, la música flota como una niebla, y lo transporta todo hacia mundos lejanos y planetas infinitos. La música es un viaje de ida que estaciona en San Telmo.

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